Y cómo decirles que leer es vivir.

¿Cómo decirles que no leer es morirse un poco?

Es tan fácil ver a un adolescente con su mirada perdida en la pantalla de un móvil. Saltando de un whatsapp absurdo a un corazón de Instagram que parece salvarle la existencia, al menos durante unos minutos… Verlos obnubilados por las inmensa sabiduría de youtubbers que les explican decisivos trucos para pasarse un juego de la Play. Las horas de su tiempo libre las consumen atados a vídeos de caídas, de gente contando chistes, de gatitos metidos en cajas de cartón.

¿Cómo decirles que la vida también está en los libros?

No puedo ni quiero culparlos: lo otro es más fácil, más rápido. Diría que más real. Pero sobre todo, lo que pasa en su móviles es interactivo a un nivel brutal. Es más, lo que les sucede se expande entre sus iguales de manera inmediata y logra un impacto en sus vidas de tal forma que la adicción se incrementa con cada tuit, con cada like, con comentarios y comentarios, compartiendo y celebrando hechos que pueden parecernos intrascendentes, pero que son fundamentales para ellos, ¿por qué? Porque les atañen. ¿Pero por qué? Porque ellos han ayudado a crearlos. Esa es la clave.

¿Cómo decirles que uno interactúa también con los libros?

Es difícil de entender que los libros nos interpelan, pero hacia adentro, de una manera íntima y personal. Encienden esa app que llevamos incorporada: nuestra mente. Y muchos otros circuitos nos conectan con la emociones, los recuerdos, los deseos. Se enciende la imaginación, precisamente porque un libro no lleva ni imágenes, ni sonidos, ni efectos especiales. Lleva palabras, esos extraños signos encima de una página. Nada hay más silencioso, más estático, más anodino que una página de un libro, es verdad.

¿Cómo decirles que los libros son lentos?

Claro, hay que reconocerlo. Leer requiere tiempo. Y ahí hemos perdido toda batalla frente a la inmediatez de los móviles. Hay que reconocerlo, este artefacto de miles de años de antigüedad, la página escrita, no puede competir con la vertiginosa rapidez de un click. Pero hay un pero. En el tiempo, en el esfuerzo mismo de avanzar en la lentitud de la lectura está su recompensa. Hablamos de calidad, no de velocidad. O mejor, de profundidad frente a superficialidad. Lo que vivimos, sentimos, sufrimos con un buen libro nos hace una hendidura hacia el fondo que nos marca para siempre. ¿Recordaremos aquel vídeo del que se cayó por una alcantarilla?, ¿qué nos aportó sino el gesto impulsivo de compartir, de rellenar con una gota propia el inmenso mar de Internet, rebosante ya de otros millones de gotas similares?

El tiempo que entregamos a un buen libro, multiplica el nuestro. Lo amplifica, lo enriquece. Como dicen, el que lee, vive más.

¿Cómo decirles que la soledad de la lectura te une a tantos otros?

Cierto, también cuando uno coge un libro se aísla, se repliega en el silencio y desliza su mirada por las líneas como lo hacemos con Facebook, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. ¿Qué diferencia hay? Y, además, no puedo compartir, ni comentar, ni poner emoticonos, ni mandar audios, ni etiquetarte, ni… Vale, vale. Que sí. Que leer es un estado de introspección que parece que no cuadra ya en absoluto con la sociedad de hoy. Es un ritmo, hasta una posición que parece de otra época. Sin embargo, leer te une a otros. A los de hoy y a los que ya leyeron quizá ese libro. A los que viajaron a esos lugares increíbles, a los que sintieron los triunfos y fracasos de héroes y villanos, a los que pasaron con inmensa pena la última página de aquella novela que aún hoy recuerdan como si acabaran de volver de ese viaje. Quién no ha sentido la emoción de conversar con alguien que ha leído lo mismo que tú, que te desvela lo que tú no has visto, que te habla del protagonista como si de verdad lo conociera… La historia de la Humanidad es la historia de sus grandes libros. Lo sé, es difícil de entender, pero así es. No leer es alejarse de la vida de los hombres y mujeres que han dejado un verdadero rastro, y alejarse de nosotros mismos y de uno de los inventos más prodigiosos jamás creado: la escritura. Y por tanto, la lectura.