Historia de Mil kilos de aire
Mil kilos de aire nace de la idea de un encuentro entre dos chavales de dos mundos distintos: España y Marruecos. Esa imagen apareció hace mucho tiempo en mi cabeza, cuando iba en un ferry de Barcelona a Civitavecchia (Roma), en dirección a Nápoles.
Durante meses, una primera página de esos dos protagonistas hablándose en el instituto me rondó la cabeza, sabiendo que detrás los prejuicios de uno y los deseos del otro había una historia que contar. No sabía todavía qué les iba a pasar, pero el tema de un cargamento de droga que pasaba de un lado al otro del Estrecho empezó a coger fuerza. Era consciente de que debía ser una situación límite la que les obligara a posicionarse, a actuar. Y así fue, poco a poco, como en una película de acción, las secuencias se enlazaban una tras de otra. Los demás personajes se iban añadiendo con una energía imparable.
Recuerdo que en uno de los capítulos, en mitad de una persecución en el Puerto de Algeciras, de mis manos salió casi sin control la palabra «helicóptero». Casi no podía creérmelo, había salido… solo. Quiero decir que la trama se fue desarrollando ante mis ojos de una manera vertiginosa. La verdad es que no podía parar de escribir.
Hubo también muchos momentos de documentación. Leí muchos artículos de periódicos que trataban la lacra del narcotráfico, sobre todo en la zona de Cádiz. Entré en Google Maps, me informé sobre motos de gran cilindrada, pistolas Parabellum, teléfonos satelitales, sobre la estructura de la Guardia Civil… Fueron días de investigar, apuntar, cambiar… Lo que se llama revisar el texto. Hasta tuve que buscar cuánto costaba un kilo de hachís en el mercado…
Recuerdo también que uno de los personajes es el Santi, un cubano meloso pero peligroso, y tuve que hacer un gran esfuerzo en adecuar su vocabulario con palabras y expresiones propias de su origen. No fue nada fácil.
Y así, en diferentes veranos, iba dando sucesivos empujones a la novela. Siempre con mucha ilusión, disfrutando tantas veces de la escritura hipnótica y tan cinematográfica. Hay algo que me hacía sonreír y hasta reírme: las continuas salidas de Manolo, del Sebas y de Carlos, sus colegas. Creo que me he inspirado bastante en las cosas que oigo a mis alumnos y tal vez en la forma en la que nos relacionábamos mis amigos y yo con esas edades.
Después llegaron las múltiples relecturas. Una y otra vez, para ajustar un diálogo, cambiar un dato, eliminar -a veces con mucha pena- capítulos enteros que creía que no aportaban a la trama.
En fin, aquí está. El resultado de un enorme trabajo, pero también de una ilusión que albergaba desde hace ya tanto tiempo. Ver Mil kilos de aire en manos de alguien es un orgullo impagable. Un subidón, que diría Manolo.
Agradezco a todos los que habéis decidido vivir esta aventura conmigo, con ellos. Creo que no os defraudarán.